Ellas sobrevivieron al Covid-19

LOLA Begines cuenta que el día que volvió a ver a su madre, ella traía una muñeca apretada contra el pecho. Sus familiares se la habían hecho llegar semanas antes, angustiados porque estaba dejando de comer. “Yo no paraba de darle vueltas para que no perdiera la conexión con la realidad”, recuerda. Por pura casualidad, tenía en casa ese regalo para una de sus biznietas, y Anabel, su contacto de SAMU en el Hotel Alcora de San Juan de Aznalfarache (Sevilla), consiguió que el juguete llegara a manos de María. A partir de entonces todo cambió.

“La ha acompañado durante todo este tiempo, y creo que esto la ayudó mucho porque empezó a retomar el apetito”, relata Lola, que se reencontró con su madre el 28 de abril. María sobrevivió al coronavirus agarrada a su muñeca, y el día que se reencontró con sus hijos se presentó hecha un pincel. “Peinada de peluquería, porque querían que salieran al reencuentro con sus familiares sin perder su dignidad”.

María tiene 93 años, es fuerte, generosa, crió nueve hijos y ha sobrevivido al Covid- 19. Su historia tiene un final feliz, como las de Dori, María, Angelita, Francisca y Ana María. Todas supervivientes del virus más letal del último siglo, el nuevo coronavirus Sars Cov 2, causante de la enfermedad Covid-19 y responsable, al menos, 27.888 muertes contabilizadas en España a 21 de mayo.

Esta pandemia global se ha cebado con los mayores en nuestro país. El 86,4% de los fallecidos en hospitales con Covid-19 tenían más de 70 años, según la última cifra oficial ofrecida por el Ministerio de Sanidad. Son 16.586 personas, a las que habría que añadir los fallecidos con Covid-19 o síntomas compatibles en las casi 5.500 residencias de ancianos del país, y que las comunidades autónomas cifran en casi 19.000.

La situación en las respectivas residencias provocó que las protagonistas de este reportaje fuesen trasladadas al Hotel Alcora (Sevilla) o la antigua residencia de Tiempo Libre de La Línea (Cádiz). Ambos espacios han sido gestionados por Fundación SAMU, cuyos profesionales levantaron en tiempo récord los dos centros asistenciales, han lidiado con una enfermedad desconocida y muy contagiosa, y, lo más importante, han cuidado de las personas. Los familiares también destacan el apoyo psicológico que recibieron. Hubo momentos caóticos, pero también una gran recompensa: 64 altas médicas en Alcora, y 28 en La Línea.

El drama de las residencias: “Me hicieron el favor de mi vida”

SAMU ha atendido en estos centros a casi 130 ancianos con diagnóstico positivo en Covid-19. La mayoría en el Hotel Alcora procedía de la Residencia Joaquín Rosillo de San Juan de Aznalfarache (Sevilla), donde se han producido al menos 30 fallecimientos vinculados al virus. A La Línea llegaron desde la residencia Dolores Ibárruri de Alcalá del Valle, donde murieron al menos doce personas. Llegaron bajo la lluvia de piedras lanzada por un grupo de vecinos exaltados y se marcharon el 11 de mayo entre aplausos del pueblo entero.

Una de las primeras en llegar al Alcora fue Dori Campos. Yolanda, su única hija, relata que dio positivo el 27 de marzo y el 2 de abril la trasladaron. Para entonces, aún no se vislumbraba el drama de la Residencia Joaquín Rosillo. “Estaba bastante bien, casi asintomática, pero en la residencia no tenían posibilidades de tratarla. Me hicieron el favor de mi vida”, cuenta hoy su hija.

Dori, que tiene 88 años, es fuerte como un roble, pero casi no ve y casi no oye. “Se desorienta fácilmente y se asusta, y yo tenía miedo de que entrara en pánico”, explica su hija. No ocurrió: “Estas personas viven en un vacío, pero si las tratas con cariño y eres suave, agradecen mucho el contacto porque sí tienen sentido del tacto”. Estar pendiente de ella, tocarla, mimarla, ha sido vital en su recuperación. Todos los días se llamaban, y cada pocos se videollamaban. “Le ponían el altavoz de la tablet y se quedaba mucho más tranquila”, recuerda su hija: “Ha ayudado mucho sentirse acompañada y que la traten con mucho cariño. No siente que lo haya pasado mal, y eso es lo que más agradezco”.

La incertidumbre: “No podía dormir”

Yolanda, Lola y todos los familiares de los residentes vivieron días de angustia. Atenazados por las noticias que mostraban el descontrol en muchas residencias de ancianos de España, y muchas veces ciegos a la realidad, porque en los peores momentos ni siquiera podían comunicarse para saber si sus padres seguían vivos.

Es el caso de María Romero. Hasta el 13 de marzo, visitaba a su madre, Josefa, una de cada dos tardes. Pero a partir de ese día, la residencia Joaquín Rosillo cerró las puertas y dejó de descolgar el teléfono. Sólo pudo mantener una breve comunicación con el centro: le dijeron que Josefa estaba “mejor, pero con oxígeno”. “No podía dormir. Hasta que cogí el coche, mascarilla y guantes, y fui a la puerta de la residencia”, relata. El director y un enfermero salieron a su encuentro. “Me dijeron que se había ido la cosa de las manos, pero que no me preocupara que ella estaba bien”.
Cuatro días después, a las dos de la madrugada, Josefa llegó al Alcora. “Fue lo mejor que pudo pasar”, admite su hija, que recibió la primera llamada desde el hotel a las nueve de la mañana. Tras superar la enfermedad, Josefa ya está de vuelta en la residencia, bajo unas estrictas medidas de seguridad: “He hablado con ella hace un ratito y dice que está cansada de estar metida en la habitación, que quiere que acabe todo esto”.

En el Alcora: sol y la noche del pescaíto

Para Carmen Bono, su tía Francisca es como una segunda madre. Moderna, trabajadora de una óptica y muy unida a su hermana, Francisca no tuvo hijos pero tiene sobrinas. Cuando se la llevaron al Alcora, a Carmen se le pasó por la cabeza que quizá no volviera a verla, pero también tuvo una certeza: “Tiene muy buen corazón, pero también mucho carácter, así que cuando no le parece bien algo lo dice: sabíamos que si necesitaba algo lo iba a conseguir”.

Cada día, Francisca les contaba por teléfono cómo estaba de ánimo. Y les contó que a veces salía a tomar el sol al patio del hotel, que había habido un concierto, que habían celebrado la noche del pescaíto, y que estaba bien. “Ella estaba muy contenta, por el servicio, por los niños y niñas, como ella dice, que estaban allí. Y me ha dicho que lo diga a quien pueda”, cuenta su sobrina, que admite un momento duro: un día Francisca creyó que ya estaba libre del virus y que podía marcharse. Cuando le dijeron que seguía siendo positivo, el disgusto fue tremendo. Pero a la cuarta,

Francisca dio negativo. Ya está libre de virus.

“Hasta me decían si estaba enfadada”

En su perfil de Whatsapp, César Muñiz tiene un dibujo y debajo hay unas palabras escritas: “Te quiero abuela. Muchas gracias a las personas que te están cuidando”. El dibujo lo ha hecho su hijo y representa una cobaya, porque a Ana María le tranquilizaba que en cada videoconferencia le enseñaran ese pequeño animal que tienen en casa. “Era una toma de tierra con el mundo normal”, recuerda hoy César.

Su madre ingresó en el Alcora el 29 de marzo, procedente de la Joaquín Rosillo. “Nos habían dicho que en la residencia había tres contagiados, y de repente nos dijeron que eran 85 contagiados y 24 fallecidos”, relata: “Pensaba que no lo contaba… que no la volvería a ver”. Como muchos familiares de residentes en la Joaquín Rosillo, César vivió aquellos días de finales de marzo con una incertidumbre angustiosa. “Pero eso cambió radicalmente al día siguiente de llegar al Alcora: empezaron a llamarnos todos los días para darnos la temperatura, la saturación de oxígeno en sangre, si era sintomática o no… Hasta me decían si estaba enfadada”. Dice Muñiz que solo entonces pudo dormir. Su madre salió del Alcora de las últimas, pero curada.

Cumplir años en un hotel medicalizado: “¿Por qué no venís a verme?”

El 22 de abril, Angelita Navajas cumplió 87 años y pensó que, vaya cosa rara, esta vez estaba celebrando su cumpleaños en un hotel de vacaciones. Aquel día recibió un perfume, una tarta y una foto de sus nietos. Luego sopló las velas y le cantaron el cumpleaños feliz, y en ese momento lloraron todos, también sus hijas, a una pantalla de distancia. Nada de esto hubiese ocurrido sin Anabel, la misma profesional de SAMU que entregó la muñeca a María Begines. “Fue ella, y me gustaría que lo dijeras, quien recogió la tarta en la puerta del hotel, y quien me llamó a la hora de cantarle el cumpleaños”, cuenta Silvia Navajas.

Angelita, que de natural es alegre y optimista, entró en el Alcora deprimida y “ha vuelto pletórica”, dice su hija. “Creo que no ha sido muy consciente de esto, piensa que ha estado de vacaciones en un hotel. Ella estaba encantada y no paraba de preguntar: ¿por qué no venís a verme?”.