DISL SAMU Huelva

DISL SAMU Huelva: Diez jóvenes musulmanes en un Viernes Santo

El 2022 está siendo el año de la esperanza. Y es que, tras dos años de grandes esfuerzos y sacrificios como sociedad y gracias a todo el tejido médico de nuestro país (desde celadores hasta cirujanos), por fin vemos un poco de luz al final del túnel. Con la llegada de la primavera, por fin han vuelto dos celebraciones que en principio pueden parecer excluyentes, pero que para nada lo son: Semana Santa y Ramadán. ¿Y qué mejor manera de disfrutar de la diversidad que viviéndola en nuestra propia piel?

Como antropóloga, siempre he sostenido que la Semana Santa es una fiesta popular para el disfrute de todas las personas que estén dispuestas a acercarse un poco a ese mundillo, lejos de ser algo exclusivamente católico. Obviamente, es una fecha marcada para todas las personas que procesan la fe cristiana. Pero pienso que todo el mundo puede disfrutar de una buena marcha, del olor a incienso y romero, del ambiente lleno de emoción, de las calles que se engalanan para la ocasión, y de las piezas de verdadero arte que cargan las espaldas de un puñado de personas guiadas por una voz y un mismo sentimiento.

También creo que el Ramadán es mucho más que ayunar. Desde el más absoluto respeto y desde que tengo oportunidad de vivirlo así, intento acompañar a los menores en el mes más puro según sus creencias. Y sin coincidir en el ámbito de las creencias religiosas, siento que crezco con ellos cada vez que me animan con entusiasmo a aprender y vivir más cosas con respecto a su celebración, aunque saben que no es la mía. Porque lo importante es eso, compartir. Nunca había estado tan segura de mi hipótesis como en la Semana Santa de este 2022 tan especial.

Es Viernes Santo en Huelva y diez adolescentes musulmanes llegados desde muy diversos países se disponen a descubrir las peculiaridades de esta festividad. Se enfundan sus mejores ropas y, llenos de curiosidad y entusiasmo, salen en busca de las Hermandades. Yo los acompaño, mientras les voy explicando un poco los códigos culturales que deben ir interiorizando para disfrutar de la experiencia.

Nada más llegar, los chicos se quedan perplejos al escuchar el rugir de los tambores y la melodía de las flautas y las cornetas. Las saetas de los devotos, la fuerza de los costaleros, los nazarenos con los pies descalzos y las lágrimas de los presentes robaron toda la atención de jóvenes, que no esperaban ver reflejada la fe y la tradición popular de manera tan expresiva. A la vuelta, todos sacan la misma conclusión: no somos tan diferentes. En sus países, la religión también es un factor social más que cala hasta los huesos y se entremezcla con lo popular: fiestas, eventos y demás celebraciones se nutren a partes iguales de elementos culturales y religiosos.

Tras una larga jornada, los menores llegan al centro y preparan con mimo y ansia el Iftar, la rotura del ayuno. Aún siguen comentando los aspectos más emocionantes y espectaculares del día. Yo les felicito por haber sabido captar la esencia, por haber hecho suya una celebración que les era ajena apenas horas antes y por haber sabido vivirla con respeto y entusiasmo.

Y, mientras ellos comen y disfrutan de sus alimentos no sin antes ofrecerlos también al equipo educativo presente, como hacen cada día, me percato de que ahí está la base, dejarse transformar por otros contextos: compartir, y participar desde el respeto y la admiración ¿Cuántas veces no habremos escuchado prejuicios extremos acerca del islam o el cristianismo? ¿Cuántas veces nos han hecho pensar que son dos mundos dispares, excluyentes e incluso confrontados? No es muy difícil desmontar esas ideas estereotípicas. Ni siquiera se necesitan argumentos muy elaborados. Basta con saber mirar bien. La diversidad está latente en cada rincón de este mundo: está en diez jóvenes musulmanes vestidos de traje un Viernes Santo.

MARTA MORA MORO / Educadora del DISL SAMU Huelva