Los primeros de la EXPO

Hace 30 años, el recinto que acogió la Exposición Universal de 1992, en la isla de la Cartuja de Sevilla, era un erial, un horizonte vacío y rústico situado entre los dos brazos del río Guadalquivir y en el que el único elemento singular era el Monasterio de Santa María de las Cuevas. Su situación cambió a partir de 1987 con los inicios de los primeros trabajos para convertir en realidad un sueño colectivo que este año celebra su 25 aniversario.

“Detrás de la primer grúa que entró en ese erial, iba una ambulancia de SAMU. Fuimos los primeros en entrar, y aquí seguimos después de 30 años”, recuerda Carlos Álvarez Leiva, fundador de Grupo SAMU en 1982. “Los operarios trabajaban en tres turnos y tenía que haber un dispositivo sanitario siempre con ellos”, comenta. “Durante dos meses estuvimos durmiendo en la ambulancia, pasando muchísimo frío por las noches, porque ahí no había nada construido”.

“Era impresionante ver cómo construían los pabellones. En el de Marruecos, los artesanos colocaban una a una las plaquitas. Era una joya”, recuerda este coronel médico retirado. “Paseaba por las avenidas aún sin edificios. Veía los árboles acabados de plantar y me preguntaba si algún día esos árboles crecerían”.

Más de 60 personas formaron el equipo sanitario de SAMU en turnos de 24 horas. Su labor principal era el traslado a los hospitales de pacientes críticos y la asistencia de las distintas personalidades internacionales que acudieron al evento, como jefes de estado y presidentes de gobierno, y la de los más de 40 millones de visitantes que acudieron a la Expo. Para ello se construyó un centro médico en el edificio que actualmente acoge la sede de Telefónica, en la avenida Américo Vespucio, que recibió la visita de la reina Sofía. Una fotografía enmarcada en el despacho de Carlos Álvarez da fe de ello.

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“Principalmente, atendimos lipotimias, intolerancias digestivas, pequeñas erosiones en la piel, frecuentes en personas que llevan mucho tiempo andando, alergias severas, crisis diabéticas y crisis epilépticas”, enumera. “Fue todo un éxito. De las más de 30.000 asistencias, sólo hubo una queja”, afirma. “Todo el mundo conocía cuál era su función. Existía una jerarquía asistencial muy bien estructurada y contábamos con una red de apoyo de especialistas, además de intérpretes permanentes de inglés, francés y alemán”.

Álvarez recuerda el caso de un hombre con un shock anafiláctico como una de las “asistencias más impactantes” que trató en aquellos sesis meses. “Un hombre, que era médico, llegó un día al hospital y nos dijo: ‘Intubarme, que en tres minutos voy a estar en parada cardiorrespiratoria’. Lo dijo con total naturalidad y nos quedamos un poco diciendo de qué va este hombre”,  recuerda. “Nos dijo que había comida una ensaladilla con queso. Era una anafilaxia total. Conforme nos lo iba contando, empezó a deteriorarse, lo sentamos y en tres minutos, mientras pedía el set de intubación, el hombre tuvo un shock. Él nos dio las pautas de lo que teníamos que hacer”, señala. “Afortunadamente, trabajamos muy bien y el hombre salió adelante”.

En otra ocasión, los profesionales sanitarios necesitaban una bomba de perfusión. “Por la emisora de radio nos dijeron ‘en la UVI 4 va la bomba’. Y, como las comunicaciones estaban totalmente interceptadas, inmediatamente la policía bloqueó la ambulancia hasta que se dieron cuenta de que no se trataba de un explosivo”, explica Álvarez Leiva.

Grupo SAMU fue el encargado también de desarrollar el Plan de Emergencia para la Expo’92. El 061 comenzaba a arrancar  y SAMU ya contaba con 10 años de experiencia en el sector.